¿Para qué una Escuela?

Lilian Giubetich

A partir de la pregunta planteada me propongo abrir tres puntos para conversar:

  1. ¿Para qué la Escuela?

El psicoanálisis

Parto de una pregunta que hace Miller en el capítulo 1 de su curso “El banquete de los analistas”:

“¿Cómo – un analista- puede estar en regla con sus analizantes sin aclarar sus relaciones con el psicoanálisis mismo?” [1] Todo analista tiene que dilucidar sus relaciones con el psicoanálisis.

Entonces tres órdenes de relación que un analista mantiene: con sus analizantes, con el psicoanálisis y con los analistas.

¿Cómo relacionarse con el psicoanálisis mismo?

A cada uno le toca, si quiere, si puede, estar igualmente solo en su relación con la causa analítica.  Está el psicoanálisis y está la Escuela. No es lo mismo.

Es que Lacan, quien aparentemente se había mostrado como un convidado inoportuno al banquete de Freud, se vio llevado a crear su propio banquete, al que llamó Escuela y donde se come su enseñanza.

¿De qué se trataba para Lacan?  De no hacer una sociedad de analistas sino hacer una Escuela, constituida alrededor de un «no saber qué es el analista», pero siempre buscando saberlo.

Lacan en la “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela” introduce dos momentos de empalme en relación al psicoanálisis mismo: Psicoanálisis en extensión: todo lo que resume la función de la Escuela en tanto ella presentifica el psicoanálisis en el mundo; y el psicoanálisis en intensión, el didáctico, en tanto no se reduce a preparar operadores, dice. Importa el psicoanalista en su relación con el saber del sujeto supuesto. Lo que está en juego es lo que él tiene que saber.

En la Escuela, entonces se pone al saber en el centro del grupo analítico.

El saber supuesto es el modelo alrededor del cual funciona la relación analítica. El problema de la Escuela, en el sentido de Lacan, es cómo articular el saber supuesto del analista, que funciona en la cura, y el saber expuesto. Por eso hay tensión entre el saber supuesto y el saber expuesto, y la Escuela, en el sentido de Lacan, es el lugar mismo de esa tensión. Es el lugar donde esa falla puede aparecer.

Lo que está en juego en la Escuela es algo distinto al concepto clásico de sociedad analítica que está fundado sobre la noción o la creencia en la identidad del analista.

La Escuela, en el concepto de Lacan, está fundada de modo opuesto. Está fundada en la no identidad del psicoanalista. Su carta de identidad se ha perdido, supone que no hay concepto del analista. Que no hay, un predicado analista que se pueda, a partir de criterios estandarizados, atribuir a ese sujeto.

Entonces:  está la Escuela en la relación al psicoanálisis y está en la Escuela la relación con los analistas y con sus analizantes. Se instala así una transmisión que no es en masa, que es de uno a otro, y se efectúa con el modelo de la experiencia analítica, a través de las vías de la transferencia. Es decir, que en la Escuela se permite y se sostiene la transferencia de trabajo, como la transmisión de uno a otro.

2. ¿Para qué la Escuela?

La formación

“El analista solamente se autoriza a sí mismo, lo cual parece querer decir: él se invita, yo me invito. “[2]

“Esto no excluye que la Escuela garantice que un psicoanalista depende de su formación.”[3]

Desde su fundación, la Escuela se ha preocupado y se ha hecho responsable por la formación del analista que proviene de esta.

La Escuela es necesaria entonces, porque nadie puede garantizarse a sí mismo y porque el discurso analítico no puede ser portado, soportado y sostenido por uno solo. En este sentido la Escuela es el lugar de la experiencia analítica, en donde los analistas que están allí, lo hacen en tanto que analizantes. Condición que Lacan plantea, para responder a la necesidad de restablecer para el analista una relación al sujeto supuesto saber, la cual será distinta de la enseñanza de lo ya sabido, y la pondrá de esta manera en relación a la ignorancia.  Se apuesta al deseo del analizante, a relanzar siempre el “deseo de saber”.

Puedo decir que, en mi experiencia de entrada en la Escuela, se hizo claro como efecto, un relanzamiento del deseo de saber, una fuerte disposición libidinal que se empalmó en mi caso con la fundación de la Delegación EOL Mendoza. Deseo de inmersión en la Escuela y de “creación” que no sólo impactan en mi relación con el psicoanálisis, y que a la vez me enfrenta y se apoya en experimentar un no saber.  Un deseo que se traduce en una alegría que se sostiene, que resuena en la prevalencia del psicoanálisis (tomando un significante clave para mi de la Proposición) y que al entrar en contacto con nuevas cuestiones de Escuela se traducen en una posición más decidida de apertura a lo no sabido.

En la Escuela la pregunta de qué es un analista se mantiene por el sesgo de la formación. La Escuela preserva ese indecible, alrededor del cual el practicante se forma.

Un psicoanalista definido no por su práctica sino por su análisis, no evita la pregunta por la formación.

La formación del analista no es pensable sin implicarlo como practicante del psicoanálisis.

Partir del lugar vacío de la definición del psicoanalista, hace que la concepción de la formación incluya las dos vertientes de lo que debe ser adquirido en términos de saber: como los aspectos de mutación subjetiva que supone el propio análisis y como incide en la propia práctica.

M. Tarrab dice en su texto “Sobre la formación analítica y la escuela”[4]: “Podemos considerar que al trípode clásico freudiano: análisis, control, enseñanzas se agrega lo que J.A.Miller ha llamado «la inmersión en la Escuela». Una inmersión tan prolongada como exigente en un medio que se ordena a partir de y en referencia a la falla en el saber.”

El trípode freudiano se transforma, cuando la formación supone una Escuela. Lo que ensambla la formación es la orientación a lo real. Esa orientación se manifiesta también en su trasmisión, en el lazo en la Escuela, en la orientación de los análisis de sus miembros y en la práctica del control.

Se trata de que la orientación a lo real atraviese la formación de analista en todas sus facetas. No se trata de modelos de formación sino de una política de la formación del analista orientado a lo real.

Es el resultado de una posición en el psicoanálisis que apunta a cernir lo real, que toma en cuenta lo que no es reabsorbido por el saber. Es a partir de ese punto que la Escuela hace valer su deseo de saber, también sobre la formación de sus miembros, que de ese modo promueve.

Una formación agujereada, que se apoya sobre un real y que tiene en su horizonte el deseo del analista a advenir, y un saber-hacer-ahí con su síntoma, que cada quien deberá inventar.”[5]

3. ¿Para que la Escuela?

El pase

En un segundo tiempo, en el ´67 después de la fundación de la Escuela (´64), Lacan introdujo el pase, un dispositivo de investigación.

Un segundo principio de selección (banquete) a partir de los resultados de un análisis, lo que supone la consideración del sujeto que resulta de un análisis.

El pase, un dispositivo en relación al final del análisis, un dispositivo de investigación sobre lo que es un analista, que cambia algo fundamental en el psicoanálisis. Cambia la noción del final de análisis, afirmando que sí hay un final de análisis.

Lo que implica un cambio en la definición del analista propiamente dicho que pasa a ser Analista de la Escuela. (AE)

Es decir, que ser analista no es tanto una profesión sino cierto estado del sujeto en relación con su goce. Eso es lo que se controla en un análisis llevado hasta el final, que se ha logrado una cierta modificación/mutación subjetiva que hace de un sujeto, un analista.

No se trata ya del analista como una función sino del analista como un ser.

El pase era la pregunta de Lacan: ¿Qué pasa? ¿Qué debe pasar que permita a alguien decir “soy un analista”, y transmitir a otros qué le ha pasado a él que le permite decir eso? Al AE se le supone que puede exponer algo nuevo sobre la pregunta qué es un analista,

El concepto de Escuela implica que ser analista es el resultado del propio análisis, y no el ejercicio de una práctica.

El analista pasa a ser definido por la idea de que se obtiene a través de la experiencia como analizante. Es el psicoanalista que surge de su análisis.

Para terminar:

En la Escuela se plantea la paradoja de tener que pensar y practicar una Escuela como lugar de una ignorancia que apunta a una auténtica búsqueda.

Una búsqueda viva que no cede ante lo real en juego en la formación, que no cede ante los efectos transferenciales de su enseñanza.


[1] Miller, J.-A., El Banquete de los analistas, Buenos Aires, Ed. Paidós, 2000, p10

[2] Ibid., p. 48.

[3] Lacan, Jacques, Proposición del 9 de Octubre de 1967, en Otros Escritos, Buenos Aires, Ed. Paidós, 2021, p.261.

[4] Tarrab, Mauricio, “Sobre la formación del analista y la Escuela” https://www.wapol.org/es

[5] Ibid.