Autorizar-se

María Florencia Álvarez

«Un pequeño círculo de colaboradores y simpatizantes me otorgan el gran placer de venir a mi casa a la tarde (8:30 PM después de la cena) para discutir temas de interés en psicología y neuropatología…. ¿Sería tan amable de unirse a nosotros?»

Carta enviada por S. Freud a Alfred Adler (1902), invitándolo al banquete de la Sociedad de los miércoles.

Es en la Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela, donde Lacan (1967) dice: “Primero un principio: el psicoanalista no se autoriza si no así mismo”[1]. La frase, es tautológica en su estructura gramática, pero no en su enunciación. Marca así, el inicio de su propuesta con lo que, a su entender, con lo que debe tomarse en primer lugar, derivado de la raíz etimológica

Recordemos, que Lacan estaba fundando su Escuela. Fundación inscripta en dos tiempos lógicos. Un Acto, en el cual se autorizaba en soledad en su relación a la Causa Freudiana en 1964; y en una Proposición, en 1967 dirigida a algunos otros. Lo destaco porque, si bien el principio en cuestión fue explicitado en el segundo tiempo, a su decir, existía de alguna manera en los textos anteriores de la Escuela. Allí también aclara que “esto no excluye que la Escuela garantice que un psicoanalista depende de su formación.”[2]

Tomando la metáfora del Banquete, podemos decir que, siendo un convidado inoportuno, se vio llevado a crear el propio. Y al cual, el principio, hoy puesto entre signos de pregunta, marcaba de alguna manera un intento de empezar a proponer una institución analítica regida por otros parámetros que los del Nombre del Padre de manera tajante. Este enunciado separó la práctica analítica de la autorización institucional, tal como era planteada en la Internacional, y terminó con la jerarquía de análisis didáctico. Cada practicante, en base al principio transferencial, podría elegir a su analista.  

En este Banquete, en el de Lacan, cada uno se invita en primera instancia, y a la entrada se destaca el rasgo de “trabajador decidido”. Rasgo que ubica a todos en un mismo nivel, aboliendo jerarquías. Miller en El Banquete de los analistas nos recuerda que “…un miembro de la Escuela por el solo hecho de ser miembro de ella, tiene la facultad de declarase analista; y por declararse analista se inscribe en la lista de la Escuela con la mención de analista practicante (AP)[3]”. Así es que podría decirse que es una proposición de hecho. En ella el agente se intitula analista. En otras palabras, podría formularse: No hay más que el analista para autorizarse a ser analista.

Entonces, destaco que este principio conmueve el concepto de “autoridad”, autorización. ¿En qué se basa un analista para autorizarse a sí mismo como analista? ¿Qué es el sí mismo? Pregunta que deberíamos intentar dilucidar a fin de captar de dónde surge el autorizarse.  

Deberíamos hipotetizar entonces que este “sí mismo” es algo singular. En la que busca autorizarse como analista de la Escuela y volver verdaderas las garantías buscadas[4]. Ya aquí aparece la relación a la Escuela, y es donde las cosas se complejizan, y hace necesario la distinción entre autorización y garantías.

Pero volviendo al principio, deberíamos acentuar la pregunta de ¿Qué es un psicoanalista?, ya que la formula no vale más que para el analista, ya que sólo él puede autorizarse de sí mismo.

Entonces, intentaré cernir algunas pistas sobre el asunto, dado que justamente la definición sobre ello es la gran ausente en nuestro Banquete. En la Nota italiana, que data de 1973, Lacan, retomando el principio que nos convoca esta noche, intenta responder acerca del sujeto que resulta de un análisis, y más aún, sobre lo que acontece en relación a la transformación, mutación, acontecida de analizante a analista. Dice:

 “El analista no se autoriza si no por sí mismo, eso va de suyo. Poco le importa una garantía que mi Escuela le da sin duda bajo la cifra irónica de A.M.E. No es con eso con lo que opera”. Aquí hago solo un alto para preguntarme sobre aquello con lo que opera. Y destaco la marca de distancia de la garantía institucional…” [5]

Agrega “Aquello por lo que tiene que velar es que, para autorizarse por sí mismo, no haya si no analista” (…) “autorizarse no es auto-ri(tuali)zarse.” [6]

Para dilucidar algo de este punto, nos remito a la raíz etiológica de ritual, el cual se refiere a las ceremonias religiosas, y hace alusión a lo sagrado, a cierto orden que debe seguirse. Entonces, si seguimos a Lacan en su escrito, “auto – autorizarse” no se vincula al cumplimiento de un orden. Debemos estar advertidos entonces: control, cartel, análisis, etc., no son asuntos de un orden, de lo sagrado. Concluirá allí que el análisis es necesario, aunque no es suficiente.

En este punto me retorno a las Consideraciones sobre los fundamentos neuróticos del deseo del analista[7], de Miller. Pensando en la vertiente del trípode antes enunciado, y de lo que allí se enuncia en relación al pase como un asunto de verificación del pasaje de la posición de analizante a la de analista, sobre su emergencia. Leo allí que algo del propio anudamiento sintomático, de lo que cada sí mismo es, podría devenir o no, en un deseo inédito: deseo de analista.

En 1974, en el Seminario XXI, Los incautos no yerran, Lacan amplia el principio. Allí es donde encontramos la famosa adición de que “al autorizarse sólo por sí mismo, él no puede con ello sino autorizarse también por otros[8]. Si bien podríamos pensar que ya desde el planteamiento del pase ya quedaba figurada, al hacer este testimonio ante “otros” podríamos decir, que también es desde el dispositivo del control, donde esa función del tercero se vuelve necesaria para la formación del analista.

Para finalizar, retomo la Nota italiana. Donde Lacan al continuar en esta distinción entre analizante y analista, subraya para este último “haber cernido la causa de su horror, del propio, el suyo, separado del de todos, horror al saber”[9].

Miller, en el Banquete aclarara en torno a este punto del pasaje de analizante a analista Lacan habla de una Aufhebung en torno al deseo de saber vinculado a la ciencia, que toca lo que quedó excluido e incluso forcluído: el problema de la verdad.

 Es necesario percibir que el deseo de saber es el nombre del deseo del analista. Y algo que no va de suyo, en la noción de que sólo por un deseo se le conferirá al analista su estatuto. Y en torno al fin de análisis, en esta última referencia, Miller dirá entonces que en esta transformación final el analista es abandonado como un desecho.

Concluyo afirmando entonces que la autorización del analista a partir de sí mismo y de los otros pone en relieve el lugar y el lazo que cada quien soporta en el discurso psicoanalítico, y me pregunto acerca de las distintas formas de asumirlo anudadas a las distintas formas de hacer experiencia de Escuela.


[1] Lacan, J., (1967), “La proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 261.

[2] Ídem.

[3] Miller, J. A. (2000). El banquete de los analistas, Buenos Aires, Paidós, p. 233- 249

[4]  Lacan, (1967). Ídem

[5] Lacan, J. (1974) “Nota italiana” en Otros Escritos, Paidós. Buenos Aires, 2012, p. 327

[6] Ídem, p. 328

[7] Miller, J-A. (2011). “Consideraciones sobre los fundamentos neuróticos del deseo del analista”, en Revista Freudiana N°63, disponible en versión digital.

[8] Lacan, J. (1973-74): El seminario. Libro 21: «Los incautos no yerran», inédito.

[9] Lacan, J. (1974), ídem, p. 329