Pablo Requena
Podemos decir luego de leer el argumento que habría estilos y estilos. Sin hacer una valoración moral, hay que saber de las posibles divergencias a la hora de su constitución, su elección o su posible decantación. Miller lo propone como un sintagma para “leer un rasgo de la época” con el que nombra “modos colectivos de goce organizados bajo un rasgo identificatorio”[i]. Un rasgo tomado del Otro social que tendría una función: organizar, nombrar o enmarcar algo del modo de goce.
A su vez É. Laurent aclara que sería al modo de una “pantalla”[ii], resaltando su dimensión estetificada, detrás de la cual estaría “este modo de gozar”. “Este modo de gozar” induce a pensar en una diversidad de modos de gozar que no habría que hacer equivaler a diversidad de estilos, ya que los estilos de vida podrían encuadrarse en una misma lógica: Un rasgo tomado del Otro que funciona como pantalla-estética. Esta diversidad de estilos por lo tanto no debemos equipararla con lo singular, que se despejaría al ir cerniendo algo de lo a-típico en cada anudamiento subjetivo, “resto de la fantasía”[iii], más allá de lo común o colectivizable. Es fundamental pensar entonces qué función podría cumplir este modo de goce estilo pantalla, para no perderse en lo más variopinto de las presentaciones clínicas. Que Miller lo recorte como un modo de lectura de cuestiones de la época, no significa que lo promueva como ideal, sino que señala algo de las formas de presentación clínica actual.
Deslizo una formulación que Mauricio Tarrab utiliza para pensar las toxicomanías: “un goce usado como defensa”[iv]. ¿Algunas de las formas de presentación que aluden a los estilos de vida, no podrían quedar bajo una égida similar?
Despatologización y docilidad con los estilos de vida.
Miller aborda el tema de la despatologización, refiriendo que, en el lugar de las patologías, podemos ubicar los estilos de vida. Usando un estilo milleriano de abordaje de los temas podemos poner:
Agrego estructuras clínicas. “En su lugar” implica un cierto efecto metafórico, que no deja de conservar algo de lo anterior. Miller hace una pequeña digresión para relativizar el fin de la clínica que supondría la despatologización: “conservaríamos las distinciones de la clínica al nivel subordinado de la hipótesis”[v]. No descarta la distinción clínica.
Si bien el asunto fundamental es no avanzar en lo social con categorías o clasificaciones diagnósticas, la orientación clínica no deja de ser una brújula que hay que seguir calibrando aún en la época postmoderna, de las soluciones democráticas. Marcelo Barros, no deja de recordar una y otra vez lo que decía Winnicott: “Si usted no diferencia la neurosis de la psicosis, que Dios ayude a sus pacientes psicóticos”[vi].
Podemos preguntarnos: ¿Qué relación tiene el sujeto con su estilo? ¿El estilo es del orden del ser? ¿Es del orden del tener? ¿O del saber hacer ahí? ¿Es del orden de la postura? ¿De cierta mascarada? ¿Dice algo del deseo?
Podemos deslizar algo de los estilos según se desprendan de un orden de hierro o “de yerro”. Diferenciar lo que se impone como cierto dictamen, un “cierto imperativo que coagula al sujeto en lo que el Otro le demanda que sea”[vii], de la posibilidad de uso, equivocidad o retoquecito singular, “actos de apropiación de nuestra herencia simbólica”[viii]. Habrá estilos que se presenten al modo holofrásico, con una densificación particular que dificulten el uso, que se presenten como algo “esencial”, que se resistan, y quizás con razón, a ser conmovidos, al modo de una compensación imaginaria. Y otros que, sin dejar de tener un lugar protagónico, no anulen la dimensión de uso o de cierta distancia con el mismo, que recortando o enalteciendo un rasgo, puedan enlazar algo de lo singular en lo social.
Autodeterminación y reforzamiento yoico.
Dos temas que considero sería importante poner al trabajo en las jornadas. La autodeterminación es un término equívoco. ¿Qué implica este redoblamiento entre auto y determinación? ¿De dónde nace la autodeterminación, qué la motiva? ¿Es una posición o decisión particular o esconde algún tipo de imposición o empuje externo no del todo advertido? ¿No habría una diferencia entre la determinación del deseo y la idea de tratarse a uno como objeto a definir, diseñar?
Cuándo se está desabonado del inconsciente, o cuando se autorecusan las marcas subjetivas, ¿a qué se aferra un sujeto? Una respuesta que podemos extraer del argumento es al reforzamiento yoico.
El reforzamiento yoico es un tema a considerar seriamente. Toda la primera enseñanza de Lacan, con su explícito retorno a Freud, fue en torno a evidenciar los desvíos del psicoanálisis en relación a este tema. Si bien hay algo de la época que insiste desde este lugar, pareciera ser sobre un fondo de persistencia en el tiempo. Podemos decir, el reforzamiento yoico “es malo, no conviene”. ¡Pero eso insiste! ¿Cómo entender el reforzamiento yoico? ¿Por qué perdura su empuje? ¿Qué es lo que pareciera tratarse desde este lugar? ¿Por qué muchos sujetos se aferran a este modo de pretender resolver su malestar? Más que un rechazo de pleno, es fundamental sostener la pregunta sutil que aparece en el argumento: “¿Cuándo esto comienza a operar como un obstáculo…?”. Si a cada uno su estilo, si ningún goce es el que conviene, ¿qué es lo que nos autoriza a intervenir? El argumento invita a reconsiderar el “concepto de conflicto en la clínica”, asociado al pathos y la angustia, única brújula que enmarca la intervención.
Precisar esas cuestiones, quizás nos de pistas para reenmarcar algunas posiciones en la clínica, resituando el lugar que puede tener lo imaginario en la experiencia analítica, sin dejar de pensar desde una orientación psicoanalítica. La docilidad ante los estilos de vida hace lugar a esta necesidad de amortiguación, de espera, para captar el lugar que podemos ocupar ante estas presentaciones. No tanto en el sentido de obediencia a la época ni de corrección política, sino en el mismo sentido que lo planteaba Lacan, “de una sumisión completa (…) a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo, posiciones que son demasiado a menudo forzadas al reducirlas en el diálogo al proceso mórbido, reforzando entonces la dificultad de penetrarlas con una reticencia provocada no sin fundamento en el sujeto”[ix].
Dóciles para captar que función ocupa, en este caso el estilo de vida en la economía psíquica, sin dejar de considerar que el mismo, como el delirio, la inhibición, los consumos, y las diversas formas de presentación, podrían presentarse como un modo de tratamiento del malestar que, a todos, singularmente, nos afecta. Y abrir la pregunta por la apuesta, cada vez, en cada caso que se presenta, ¿qué más le podría ofrecer un psicoanálisis al sujeto que nos consulta?
[i] MILLER, J.A. “El Otro que no existe y sus comités de ética” Ed. Paidós. Bs As. 2005. Pág 14. Extraído del argumento.https://drive.google.com/file/d/1E5vhnZW8O0s3m89Fx66GnchlhSU7fDz_/view
[ii] LAURENT, E. “El sentimiento delirante de la vida”. Colección Diva. Bs.As. 2011. Pág. 46. Extraído del argumento. https://drive.google.com/file/d/1E5vhnZW8O0s3m89Fx66GnchlhSU7fDz_/view
[iii] Ibid; pág. 33. Extraído del argumento. https://drive.google.com/file/d/1E5vhnZW8O0s3m89Fx66GnchlhSU7fDz_/view
[iv] TARRAB, M. “Algo peor que un síntoma”, en “Psicoanálisis aplicado a las toxicomanías”. Grama. Bs.As. 2010. Pág. 80.
[v] MILLER, J-A. “Todo el mundo es loco”, en Revista Lacaniana de Psicoanálisis N°32. EOL. 2022. Pág. 18. EOL.
[vi] BARROS, M. “El sinthome. Desde una perspectiva freudiana”. Grama. Bs.As. 2023. Pág. 26
[vii] BARROS, M. “Intervención sobre el Nombre del Padre”. Grama. Bs. As. 2014. Pág. 64
[viii] Ibid; Pág.57
[ix] LACAN, J. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis”. Escritos 2. Siglo 21 editores. Pág. 516.
Un comentario sobre “De una cuestión preliminar al tratamiento de los estilos de vida.”
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