“‘Lo Escuela’ en el practicante. Entre uno y los otros, una disposición necesaria.”

Publicado por Gustavo Saraceno en

Pablo Requena

En primer lugar, agradezco la invitación a participar en estas primeras Noches de Escuela. Es un placer enorme formar parte de este espacio.

Este escrito se enmarca entonces en una presentación de Escuela. Me surge la pregunta ¿Hay escritos o presentaciones de Escuela? Me respondo con una frase de Miller, también recordada por Luis Tudanca, para no sucumbir ante posibles ideales aplastantes: “La única cuenta interesante de ajustar es la que uno tiene con el psicoanálisis”[1]. Si bien puede haber habido algo del trabajo de Escuela que nos condujo a su creación, no quisiera anticiparme demasiado a la experiencia misma que esta creación puede depararnos. Aunque no desconozco, que hace falta tener una idea de lo que se espera de ese trabajo, para ubicar cierta orientación. Es en el borde de esa experiencia que considero es importante intentar escribir.

La invitación estuvo enmarcada en un primer momento en la siguiente afirmación: “La Escuela como tratamiento de la soledad del analista”. Luego derivó en la pregunta “¿Para qué la Escuela?” intentaré plantear el siguiente escrito amalgamando algo de ambos rasgos.

Arranco con ideas un tanto improvisadas, sin demasiada forma. Confío que, en la conversación, varias de ellas podrán ir adquiriendo una depuración necesaria.

De la soledad de la causa a la soledad del acto. O del analizante al practicante y retorno.

La convocatoria me confronta en primer lugar con la cuestión de la soledad. Si bien uno podría tomar distancia de la misma al pensarlo desde el lugar del practicante, la soledad es subjetiva, implica a la posición analizante.  

El tratamiento de la soledad, la inevitable e inseparable soledad de cada analizante, ¿no es lo que de alguna manera hace cada uno en su propio análisis? ¿No vamos a hablar acaso de lo que urge, inquieta, angustia, en una cierta intimidad de difícil transmisión?

Entonces, si el tratamiento ya lo tengo en mi análisis… ¿por qué la Escuela sería un tratamiento de mi soledad?

No redundo en esa vía porque el título abre a la dimensión de la soledad del analista, podemos aclarar, del practicante, sin entrar en esa distinción. El analista está sólo en su acto. Sin duda hay una dimensión solitaria de la práctica que, si bien uno podría pretender sobrellevarla con miramientos teóricos, apoyaturas en recortes clínicos, trayendo al caso lecturas, ideas, surgidas de otros a la propia práctica; hay algo ineludible en el estar en presencia como practicante, en la enunciación que emerge, en el silencio que se sostiene, en los gestos que se esbozan, en las intervenciones que se deciden.

La soledad del practicante recrudece, si puedo esbozarlo así, cuando algo en la práctica se nubla o cojea más de la cuenta, cuando surge alguna rispidez en la dirección de la cura. El control adviene, no siempre, pero en ocasiones, cuando la cosa así se presenta. Esta especie de ajuste éxtimo, bajo transferencia, es convocado para que uno pueda seguir avanzando en el trabajo, intentando advertir posibles escamoteos que pueden infiltrarse en la práctica, pero sin pretensiones de reducir la implicancia de saberse solo en la decisión de las intervenciones. Habría una cierta reubicación de la posición del practicante en el control. Aunque es de relevancia destacar lo que menciona Miller, de que “el control no vale nada si no apunta más allá, a sus relaciones con el psicoanálisis”[2].

Entonces, por ahora, tenemos como tratamiento de la soledad del analista, que sabemos que también es analizante, el propio análisis y el control. Falta que estudie un poco y el trípode freudiano estaría completo.

Y entonces… ¿para qué la Escuela? ¿En qué podría intervenir la Escuela para tramitar algo de la soledad de los practicantes? ¿Y en su caso en qué consistiría ese tratamiento? ¿La soledad del acto requiere ser tratada?

Para qué una Escuela es una pregunta que no está de más sostenerla. ¿Por qué? Porque depende de cómo se responda es la definición de Escuela que cada uno se dará y la posición que en consecuencia considera que debe asumir. Miller deslizando la idea de la Escuela-sujeto dice que “…el acto de colocar los significantes que determinan la Escuela es un acto de absoluta responsabilidad, ya que es un acto de interpretación que opera sobre el sujeto a través de la palabra. Es por este mismo motivo que Lacan pensaba que la Escuela tenía necesidad de analistas…”[3].

Del trípode freudiano al cuaternario de Lacan: análisis, control, formación y Escuela.

Retomo una idea traída por Luis Tudanca: Elevar la Escuela a la dignidad de lo necesario. Luis ubica que la frase señala que la Escuela no sería necesaria de antemano. Habría que hacerla necesaria, elevarla a esa dignidad. ¿Necesaria para qué?

La Escuela es necesaria para el psicoanálisis. La Escuela es necesaria para que mediante su trabajo “en el campo que Freud abrió, restaure el filo cortante de la verdad; que vuelva a llevar la praxis original que él instituyó con el nombre de psicoanálisis al deber que le corresponde en nuestro mundo; que mediante una crítica asidua, denuncie en él las desviaciones y las concesiones que amortizan su progreso al degradar su empleo”[4]. Esta misma frase presente en el Acto de Fundación (año 1964), la volvemos a encontrar citada tal cual en la Carta de Disolución[5], 16 años después, al advertir que el funcionamiento iba en un sentido contrario a los motivos de su fundación.

Si la Escuela está para sostener ese filo, es porque no es seguro que se sostenga solo. Y ese filo, estimo, sólo se mantiene si uno se compromete sin concesiones con el avance del psicoanálisis. Podemos esbozar que si uno quiere ser parte de la vida de una Escuela es porque quiere ser partícipe de la elucidación del discurso analítico y su praxis.

Elevar la Escuela a la dignidad de lo necesario podría formularse también como “cómo sostenerla filosa”. Una Escuela que no se adormezca, que sin incomodar incite a producir en los márgenes del saber y no tanto en los tupidos bosques de lo sabido, que terminan en ocasiones taponando con citas el decir propio. Sin restar valor a la erudición y al estudio, producciones que se mantengan cercanas al decir que se surca desde la misma experiencia analítica. A su vez, servirse de la producción y trabajo de otros para intentar decir un poco mejor lo de uno, pero también consintiendo a lo que de los otros pueda abrir surcos inéditos.

Sin otros, ¿cómo saber que se ha llegado a los límites de un saber? Aún en los finales de análisis, donde se hace la experiencia y constatación de la inexistencia del Otro, la transferencia de trabajo toma el relevo de la transferencia al analista, apuntando a continuar elaborando ese agujero de saber, ese filo real que no deja de empujar a respuestas posibles, cercamientos más próximos vía las enunciaciones singulares.

La Escuela como un tratamiento psicoanalítico de la soledad

El psicoanálisis se orienta por el síntoma. No para pretender anularlo ni eliminarlo, sino para intentar una depuración de su funcionamiento que depare en una reducción del penar de más.

La Escuela como un tratamiento de la soledad quizás habría que pensarla en las mismas coordenadas. Sin pretender eliminar la soledad inherente a lo humano, buscar alojar lo irreductible de la soledad en un espacio entre otros donde lo singular exprese la relación éxtima y única con la causa, y desde ese borde intentar una transmisión que llegue a otros. No es posible cernir la causa en silencio, ya que para que los bordes posibles lleguen a recortarse, el decir tiene que precipitar en algo de lo escrito. Mauricio Tarrab refería que “La ética del bien-decir implica empujar el discurso hasta sus últimas consecuencias. Llegar con el decir hasta lo que fundamenta el discurso, llegar con el decir hasta el Eso era. Hasta el punto donde situar lo que no entra en el saber, lo que no se puede escribir”[6]. Y un poco más adelante agrega “Será el punto en que, como los otros, estoy comprometido por subjetivar ese real”, refiriendo que “en el borde de ese agujero, advierto que es, no sin los otros, que tengo una chance lógica”[7].

“Lo Escuela” en cada practicante.

Esta expresión, que si bien no me termina de convencer, pretende apuntar más a una cualidad, del lado de una disposición o cierto consentimiento, más que a una esencia. Si la Escuela adquiere demasiado peso o consistencia como La, con mayúsculas, uno puede terminar pensando que lo institucional es lo que comanda el juego. Luis Tudanca lo refería como “mientras más institución menos Escuela” y viceversa. La Escuela es sin duda una institución. Tiene estatutos y características propias de una institución. Pero apunta a estar atravesada por lo analítico propiamente dicho. En lo que pretendamos simbolizar o imaginar, o prever, o suturar, habrá un real irreductible, que en su contingencia no sólo nos convoca a un trabajo de cada quien con su economía sinthomática, sino con los demás.

Podemos pensar que la Escuela, es una comunidad que intenta hacer la experiencia de pensar, elaborar, y producir un real que lejos de aplastarnos o dejarnos en la vana impotencia, nos empuje a intentar bordearlo, en lo singular, y con otros. Otros que en su multiplicidad y diferencias conmuevan de la buena manera la tendencia a la homogeneidad que en lo institucional suele deslizarse, e intentar sostener lo dispar en su cara productiva.

La Escuela es “una formación colectiva que no pretende hacer desaparecer la soledad subjetiva sino que, al contrario, se funda sobre ella, la manifiesta, la revela”[8]. La pregunta que se desliza es ¿cómo estar juntos? ¿Cómo hacer una comunidad?  Miller responde que esta “es la paradoja de la Escuela y su apuesta -que presupone, en efecto, que sea posible una comunidad entre sujetos que conocen la naturaleza de los semblantes y cuyo Ideal, el mismo para todos, no es otra cosa que una causa experimentada por cada uno a nivel de su propia soledad subjetiva, como una elección subjetiva propia, una elección alienante, incluso forzada, y que implica una pérdida”[9].

Resuena la frase de Nepomiachi, recordada por Mauricio Tarrab en una entrevista en relación al cartel: “el trabajo de cartel”, agrego yo el trabajo de Escuela, “es ceder goce al trabajo colectivo”[10]

Para ir terminando, la Escuela pienso puede ser un intento práctico de ubicar una orientación psicoanalítica, cuya política implica que el recurso a lo singular sea accesible para cada vez más personas. La Escuela está para que podamos construir de una manera mejor orientada ese rumbo.


[1] MILLER, Jacques Alain, El banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires, 2011, pág. 25

[2] MILLER, Jacques Alain, El banquete de los analistas, Paidós, Buenos Aires, 2011, pág. 10.

[3] MILLER, Jacques Alain, Teoría de Turín acerca del sujeto de la Escuela, wapol.org, 2018.

[4] LACAN, Jacques (1964) Acto de Fundación en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós 2016, pág. 247

[5]LACAN, Jacques (1980) Carta de Disolución en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2016, pág. 338

[6] TARRAB, Mauricio, En las huellas del síntoma, Buenos Aires, Grama, 2010, pág. 133

[7] Ídem. pág. 151

[8] MILLER, Jacques Alain, Teoría de Turín acerca del sujeto de la Escuela, wapol.org, 2018

[9] Ídem.

[10] TARRAB, Mauricio, En pantalla, cuatromasuno.com, 2021.