De las identificaciones y de la causa en la Escuela
Dolores Dueñas
Agradezco a la Comisión Organizadora de las Noches de Escuela la invitación a participar. El tema propuesto permitió percatarme del lazo con mis colegas a partir del trabajo, algo se movía con otros a partir de la convocatoria y mi puesta al trabajo, bibliografía que sugerían o facilitaban, el cartel que posibilitó pensar algunos puntos que me interrogaban para preparar el tema propuesto. La experiencia del lazo con otros en la Delegación de la Escuela anima el trabajo. Trabajo que se va armando al fin, en la inquietud de una soledad acompañada por la lectura de los textos, los apuntes que voy haciendo y concluye en este escrito para conversar hoy. Un buen modo para mí de ir habitando la Escuela.
A medida que avanzo en las lecturas que voy seleccionando, me encuentro que el concepto de identificación fundamental en la clínica, es también importante para entender la Escuela. Podría pensarse la identificación como un concepto clínico, ético y político del psicoanálisis en cuanto hace al vínculo social.
Miller en El banquete de los analistas[1] plantea la paradoja que presenta una Escuela de analistas a raíz de las identificaciones. Parte de la premisa que Freud planteó en Psicología de las masas y análisis del yo[2],
* Las identificaciones condicionan en el sujeto la formación de grupos.
* Un análisis llevado hasta su final hace caer las identificaciones.
* La caída de las identificaciones al final de un análisis deja como resultado un analista.
Entonces ¿cómo ser parte de un conjunto de analistas luego de haber atravesado la experiencia de un análisis? O bien ¿cómo habitar la Escuela durante el transcurso de un análisis en el que las identificaciones vacilan?
Para Freud, el grupo se funda a partir de las identificaciones comandadas por un rasgo del Ideal del yo. El objeto investido libidinalmente viene al lugar del ideal de cada sujeto. El yo toma un rasgo del Otro en línea vertical al Ideal para que se instaure en línea horizontal, un vínculo con los otros en la formación del grupo. Así el grupo se funda en esta relación de cada sujeto con el Ideal.
Miller partirá de la identificación como la inscripción del sujeto dividido por un significante amo y es lo que orienta al sujeto a lo mismo, a lo igual y por ello al amo. En el discurso del amo, el sujeto del inconsciente se hace representar por un significante S1 que, articulado a un S2, arrastra al sujeto en la cadena significante. Cuando esto funciona le permite al sujeto saber quién es. Las identificaciones fijan el ser del sujeto a un marco fantasmático que le da sentido a su vida. Es un marco rígido y seguro que funciona como defensa ante lo real.
Este funcionamiento se interrumpe cuando una formación del inconsciente hace que algo del sujeto se despeje y la cadena significante desfallece. Así la unidad aparente que sostenía al sujeto se desestabiliza y ya no le es tan fácil decir quién es. Comienzo del análisis que hace vacilar las identificaciones.
El analizante empieza a dilucidar que no es idéntico a sí mismo, que no hay identidad posible, es el vacío de identidad y las identificaciones han sido su modo de tratar ese vacío en la alienación significante que daba sentido a sus síntomas en una repetición constante. El atravesamiento de este marco fantasmático permitirá aislar ese vacío, objeto causa de deseo al final del análisis, haciendo del analizante un analista.
Siguiendo esta lógica de la experiencia analítica, Miller propone el final del análisis como la caída de las identificaciones[3]. Esta será la condición para que un analista pueda operar como tal. El deseo del analista, entendido como una x, significa que podrá hablar sin identificarse y eso es la interpretación: un enunciado cuya enunciación no se deja identificar.
Ahora bien, un analista llegado a este punto no podría hacer grupo, lo cual deja en evidencia la paradoja planteada al principio, aunque no la resuelve. Y la Escuela en su estructura, está pensada para que el analista no sea una identificación.
Ahora bien, podríamos preguntarnos si esto es posible ¿no podría convertirse esta propuesta en un ideal del analista y de la Escuela en su conjunto? ¿cuáles son los riesgos de un analista sin identificaciones? ¿es posible una Escuela con miembros sin identificaciones?
Miller explicita un punto fundamental que Lacan plantea en la Proposición del 9 de octubre de 1967[4] en relación al analista y la Escuela: señala esta última como una necesidad de estructura coherente con el discurso analítico, que inaugura, un lazo social inédito que apunta a desarmar lo imaginario del grupo, la obscenidad imaginaria del grupo al que el vínculo social está expuesto. ¿Cómo desarmar esto?
Una primera respuesta posible es la puesta al trabajo en relación al deseo de saber qué es un analista, lo que gira el eje a lo simbólico contrarrestando malentendidos y los desencuentros imaginarios del grupo. Trabajo que orienta hacia la Escuela.
La Escuela se funda en un no saber qué es un analista y es necesario distinguir entre el funcionamiento como analistay el ser analista[5], porque no hay funcionamiento que alcance para dar pruebas de ser analista. Entonces la Escuela, en su estructura lógica es una experiencia que tiene un nivel irreductible: el ser analista no es equivalente a pertenecer a la Escuela. Lo que hace pertenecer a ella es estar dispuesto a trabajar en relación a la causa psicoanalítica, que se funda en la relación que cada uno tiene con la causa que incita al trabajo y es despejada en el propio análisis.
Así, es la lógica misma del psicoanálisis que se juega en la experiencia analítica y en la Escuela, donde la posición del analista en la experiencia analítica es antinómica a la del analista en la Escuela. En la dirección de la cura provoca el trabajo en el otro y en la Escuela, es él quien trabaja ¿no es esto una paradoja necesaria?
En la experiencia analítica, el analista está en la posición de desecho-amo, lo cual es una paradoja también: ocupa el lugar de amo pero no puede identificarse con él, por eso Lacan nombra al analista allí en posición de santo: no trabaja y de “gozar ni pizca”[6]. Y es en la experiencia analítica donde se experimenta el no saber qué es un analista, ya dijimos, el deseo del analista se presenta allí como una incógnita. No hay significante que diga qué es un analista, sólo opera el deseo del analista, refractario a las identificaciones.
Entonces la Escuela se forma como un conjunto diferente, que permite ser miembro “sin identificarse”, o al menos habría que tenerlo como horizonte, y preserva el vacío de saber qué es un analista, abriendo el espacio donde esto se discute y se trabaja.
Así, la participación en la Escuela no es como analista sino como trabajador decidido y me pregunto si no es el intento de dilucidar en el trabajo, cada vez, las paradojas que se presentan como analista, incluso, si el motor de la Escuela no serían estas paradojas que venimos planteando y que lanza al trabajo a los que formamos parte de ella como analizantes en la Escuela.
Se trata, de una decisión subjetiva de hacer de la causa un deseo de saber en relación a la Escuela. A su vez, la Escuela puede asegurar las condiciones de transmisión del psicoanálisis a partir del trabajo decidido que cada uno con los otros hacemos en la Escuela, haciendo Escuela, en un lazo que colectiviza. Es este trabajo “causado” lo que puede tener efectos de transmisión, incitando a otro al trabajo, ya en su propio análisis, ya en relación a la Escuela.
Entonces por qué no pensar la noción caída de las identificaciones que Miller propone como una desinvestidura, una reducción de las mismas en sus efectos imaginarios para aislar la causa con la que hay que saber hacer en la Escuela.
[1] Miller, J. A.: “La causa y el discurso” en El banquete de los analistas, Buenos Aires, Paidós, 2005.
[2]Freud, S. (1921) “Psicología de las masas y análisis del yo” en Obras Completas. Vol. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu.
[3] Miller, J. A.: El Banquete de los analistas, Buenos Aires, Paidós, 2005, pag. 248
[4]Lacan, J.: “Proposición del 9 de octubre de 1967” en Otros Escritos. Buenos Aires. Paidós. 2012. Pag.261-277
[5] Miller, J.A.: El banquete de los analistas, Buenos Aires, Paidós, 2005, pag. 257
[6] Lacan, J.: Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012. Pag. 546
Arenas, G.: Sobre la tumba de Freud, Buenos Aires, Grama Ediciones. 2015
Bassols, M.: La imposible identificación del analista. Conferencia pronunciada en el marco de las XXVI Jornadas de la EOL Fantasmas, Ficciones, Mutaciones. El psicoanálisis y sus relaciones con la realidad, Buenos Aires, 2017