“Ella, la soledad”
Mabel Rabino
La soledad es compañera inseparable del ser hablante; lo funda como ser viviente en el encuentro originario con lo real. Desamparo inicial que, desde Freud, es estructural y que Lacan sostendrá a lo largo de su enseñanza. Esta soledad radical se asoma cada vez que algo nos conecta con ese trauma, agujero constituyente: no hay relación entre el ser hablante y el Otro, entre el Uno y el Otro. Cada uno deberá encontrar su solución.
La prevalencia del Uno solo es paradigmática de nuestra época. Ya no se trata del lazo del Uno con los otros, ni a nivel afectivo ni social. Por el contrario, asistimos a la fragilidad de los lazos sociales de los cuales sólo percibimos un “como si” engañoso que deja aún más solitarios a los sujetos. O peor aún, la degradación o la inexistencia de tales lazos. Cada uno en su propio mundo. Todo el mundo está en su mundo es el nombre de las XXI Jornadas de la ELP de este año, en noviembre.
Esta soledad originaria irá tomando diversos ropajes. La soledad del neurótico con su sufrimiento subjetivo, sometido al aislamiento de su goce; en el obsesivo, mediante la rumiación incesante de pensamientos, en la histeria con la sustracción del cuerpo en sus formas más mortíferas o con el aislamiento fóbico; manifestaciones del goce narcisista en las subjetividades. A cada uno su síntoma y su fantasma como defensa ante lo real sin ley. Soluciones del ser hablante que sirven para hacer algo frente al agujero de lo indecible que se abre en lo simbólico – S(A/), profundizado hoy por la caída del Otro que resulta inconsistente para autorizarse y regular el orden simbólico que pondría cierto freno al goce excesivo.
Pero también hay una soledad productiva, necesaria para la invención, para la reflexión, la lectura, para el encuentro con uno mismo. Cada uno puede recurrir a la compañía de su propio mundo, a veces.
El ser que habla y la soledad.
Dice Lacan en el Seminario 20: “Lo que habla, sólo tiene que ver con la soledad, sobre el punto de la relación que no puedo definir sino diciendo […] que no puede escribirse”.[2] La soledad está anudada a la no relación, es consecuencia de la relación que no existe.
Y la frase del Seminario 20 sigue: “Ella, la soledad, en ruptura del saber, no sólo puede escribirse, sino que además es lo que se escribe por excelencia, pues es lo que de una ruptura del ser deja huella”. Ruptura del ser – dice acá Lacan – que deja la marca indeleble del vacío estructural, hiancia que no cesa de escribirse y que el analista deberá sostener con su acto mediante el amor de transferencia. Síntoma y amor como suplencia de lo que no hay. Paradoja del ser que habla porque lo mismo que lo deja inmerso en la soledad otorga la posibilidad de salir de ella, inventando puentes, decires, afectos que le permite enlazarse al Otro y a los otros.
“Entrar en análisis, salir de la soledad de su mundo para preguntarse finalmente por lo que hay de su [propia] división, así como por su responsabilidad en aquello que le sucede y que el analista encuentre un saber hacer para atrapar lo que de ese sujeto se extravía”. [3]
El encuentro con un analista le permite al sujeto no hablar más solo. Dice Lacan en el Seminario XXIV L’insu en la clase del 11/01/77: «El inconsciente, es que en suma uno habla solo. Uno habla solo porque uno no dice jamás sino una sola y misma cosa — salvo si uno se abre a dialogar con un psicoanalista»[4].
El parlêtre entonces no estará solo si consiente a analizarse. Podrá en-causar la soledad si deviene analizante. El análisis es una soledad compartida que será así sinthomática, tanto en la experiencia analítica como en nuestra vida de Escuela. Si hay el deseo, habrá el encuentro en la contingencia de lo que es posible de escribirse. El encuentro – no la evitación – de lo que en cada uno “marca la huella de su exilio, no como sujeto sino como hablante, de su exilio de la relación sexual”. [5]
Cuando Lacan dice “ella, la soledad” la resonancia de lo femenino se hace escuchar. El acceso al goce suplementario otorga recursos muy variados para consentir a lo hétero, goce Otro que no sea el del Uno solitario. No-todo posibilitador que tiene vertientes insospechadas y que conecta con la vida y con un Otro renovado y a partir de ahí, con otros en una comunidad que se vuelve amigable y habitable. La Escuela, femenina, aloja a cada uno de los analistas que quieran habitarla. Y también a aquellos que no lo son.
Nuestra pregunta de hoy es si la Escuela es un tratamiento para la soledad del analista. Tengo la firme convicción de que es así. Pero hace surgir nuevas preguntas ¿Cómo volver a enlazarse después de pasar por lo más singular de la experiencia del Uno solo, que no hace lazo al Otro? ¿Qué Otro levantar de las cenizas, qué Otro reconstituir? Las respuestas son singulares a la posición que cada uno decide tomar. La Escuela sólo puede atemperar, aliviar, alojar esa soledad radical del analista si consiente a ello. Así, su propio paso por la experiencia analítica le permitirá no quedarse hablando solo porque atravesó el horror al saber sobre su castración, acercándose al deseo de saber y al deseo de hacer saber allí, con otros. Es lo que llamamos transferencia de trabajo.
Y allí en ese horizonte aparece la Escuela.
El analista ¿está solo?
Mi primera respuesta es no porque primero fue analizante. ¿Alguien que se analiza puede decir que no se siente acompañado por su analista? En la experiencia analítica el sentimiento íntimo que nos invade es el de ser escuchados en los mínimos detalles, es el lugar en que dos escuchan a uno y hablan de uno. Las resonancias subjetivas y corporales de esas palabras, aún los silencios, producen un sentimiento íntimo de soledad acompañada.
Pero ese acompañamiento que se da en la privacidad del dispositivo ¿es suficiente cuando se atraviesa la puerta del consultorio del analista? Precisamente es esa apertura lo que provoca el deseo de estar en otra experiencia que prolongue el deseo de saber en comunidad con otros.
Por eso Lacan crea su Escuela como el lugar donde se continua la experiencia analítica de otra manera y en la cual los analistas nos encargamos de darle vida al psicoanálisis en comunidad convocando al deseo a jugar su partida. Es lo que aparece en el subtítulo que le hemos dado a estas Noches: la erótica. Miller lo dice claramente en El Banquete de los analistas: el psicoanálisis es una erótica: deseo y goce se juegan cada vez que nos juntamos los analistas para hablar de psicoanálisis. Goce vivificante que causa nuestra vida de analistas, compartiendo lazos epistémicos, afectivos y sociales.
Se esboza así la segunda respuesta. El analista no está solo porque la Escuela si se hace dócil a ella y a sus avatares, dificultades, malentendidos. Y también tiene el Psicoanálisis.
Pero es indudable que el analista está solo frente a su acto. Hay cierto desasogiego, cierta inquietud por las consecuencias de sostener el acto analítico. Allí es cuando hace presencia la soledad del analista frente la apuesta que significa el ejercicio de ese acto. Se abandona el campo del lenguaje y la palabra para pasar al registro de la improvisación y la contingencia. El cálculo puede fallar. Después de todo, en nuestra práctica lo más logrado es el acto fallido, según lo hemos aprendido de Lacan.
Pero se protegerá bastante de la inquietud y el extravío si, en su acto, sostiene el vacío que aloja los dichos del paciente. Es sobre el fondo de este vacío que el analizante podrá darle forma a su goce sufriente, opaco, producto de las marcas que ha dejado en su cuerpo el impacto de lalengua. El analista, por su propio análisis, sabe de un goce que no se podrá eliminar del todo y que dejará restos, huellas indelebles. Pero que ellas mismas, le darán su estilo propio de saber hacer allí en su acto con cada analizante.
La soledad del acto y la Escuela.
¿Qué hace la Escuela con esta soledad del acto? O mejor aún ¿Qué hace el analista con su soledad en la Escuela?
Una frase de Lacan puede orientarnos. En el Discurso en la Escuela freudiana de París de 1970 dice así: “Pero si yo estaba solo en efecto, solo para fundar la Escuela […] ¿acaso por eso me creí el único? No lo fui más desde el momento en que uno solo me seguía los pasos […] ¿Con todos ustedes voy a pretender que estoy aislado? […] Mi soledad es justamente a lo que yo renunciaba al fundar la Escuela, y ¿qué tiene que ver ella (la Escuela) con aquella (la soledad) en la que se sostiene el acto psicoanalítico, sino el poder disponer de su relación con ese acto?” [6] mostrando así que la Escuela permite al analista disponer de la relación que cada uno sostiene con el acto analítico y no estar tan solo ni inquietarse tanto por ese acto, por la inquietud que produce llevarlo a cabo, dice en un párrafo más adelante.
No hay lugar para la soledad cuando asumimos la “responsabilidad subjetiva” que implica hacer del psicoanálisis nuestro estilo de vida. No estamos solos sino anudados alrededor de una experiencia colectiva real que implica dedicarnos a sostener la causa analítica. Y en ese horizonte aparece el partenaire-Escuela. La Escuela nos invita a compartir soledades, es una suma de soledades compartidas con otros, nuestros pares dispares haciendo un conjunto no-todo que module el todo, cada uno a su ritmo propio y de acuerdo con su deseo, amor y goce.
Porque el analista está pasando por su análisis – o ya pasó – y sabe que, a partir de esa experiencia de soledad con Otro que es el análisis, se puede inventar una soledad nueva con otros que lo acercan a lo más hétero, lo más femenino. Es el amor a la Escuela.
[1]Lacan, J. (1972-73), Seminario 20 Aún, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 145.
[2] Ídem.
[3]Briole, Guy. Ser de su mundo y soledad. Textos de orientación de las XXI Jornadas de la ELP Todo el mundo está en su mundo.
[4] Lacan, J. 1977, inédito.
[5] Lacan, (1972-73), Seminario 20 Aún, p.175.
[6] Lacan, J. (1970) “Discurso en la Escuela freudiana de París” en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p.281.