¿Qué deseo antes del fin?

Publicado por Gustavo Saraceno en

Miguel Lucero

Miller distingue entre deseo del analista y deseo de ser analista. Para el autor el deseo de ser analista emerge de la patología neurótica y toma muchas veces la forma de deseo de curar o de comprender al otro. Un análisis permitiría la elucidación de esa vocación hasta modificarla y transformarse, finalmente, en el deseo del analista.

Si hablamos de deseo, estamos en lo simbólico. Ordenado a partir de lugares y funciones y que posee una historia. Si hablamos de deseo del analista, una genealogía del mismo nos llevaría en última instancia a Freud y a su propio deseo y las instituciones que funda siguiendo al mismo. Así también, como en toda historia, estamos insertos en una serie de herencias, lealtades, conflictos, en una trama plagada de contradicciones, de idas y vueltas. Una de ellas es la relación del deseo de Freud y el de Lacan y las variantes en las instituciones que cada cual prefiere. Las distintas fórmulas del deseo que produce Lacan son hijas del deseo de Freud. Estos son apenas dos deseos, singulares, bastante potentes ya que, digámoslo, cambiaron la historia de Occidente. Dentro de esta genealogía de deseos, nosotros, la raza de los analistas, hemos decidido ubicarnos en esa tradición al interior de una Escuela y esta, según nos comentan, se organiza en torno a una pregunta:

¿Qué es un analista?

A esta pregunta, Miller le da una respuesta (entre otras) sencilla, a saber: un analista es lo que produce un análisis. Al interior de la Escuela habría tres modos de “ser” analista. Uno de hecho y dos de derecho: El Analista Practicante como parte del primer grupo; El A.E. y el A.M.E. como parte del segundo. Según Miller, el A.M.E. es el analista encanecido, reconocido por sus pares y cuyo título se le otorga sin que lo pida. Es el psicoanalista que dio pruebas, esto sería consagrar de derecho lo que siempre fue de hecho. Mientras que el A.E. solicita ser nombrado como tal a través del dispositivo del pase, pudo dar cuenta de la finalización de su análisis y dar testimonio de ello.

Habría, también, una carrera analítica, la que permitiría pasar de analizante a analista. Esta carrera tendría, al menos, dos momentos.

Uno: el psicoanalista se autoriza a sí mismo. Autorizarse a sí mismo implica que no hay garantías, que uno se arriesga autorizándose. Funciona como un performativo, al que la Escuela no responde, según Miller, “lo eres” sino, más bien, “lo has dicho”.

Dos: el practicante solicita llevar a cabo el procedimiento del pase para dar cuenta de la finalización de su análisis. En este procedimiento se trata de saber si se produce una transformación definitiva del sujeto que lo ubicaría a la altura de ser analista. Para Miller, el pase es una manera de reclutar al analista a partir de su inconsciente, de lo que este se volvió para un sujeto luego de un análisis en el que habría emergido el deseo del analista. El pase da testimonio de cómo resolvió el sujeto su falta en ser y qué puerta se le abrió del lado del goce. Entonces, lo que permitiría a un analista consagrarse como tal es la emergencia de un deseo, pero este no es un deseo cualquiera. Hacia él se dirige este trabajo.

El deseo del analista

Al deseo, si bien articulado más no articulable, le caben ciertos epítetos: del médico, de la ciencia, de nada, entre otros. Pero hay uno que nos reúne hoy y que se distinguiría de los demás por una serie de rasgos: El deseo del analista.

Es este un deseo que emergería al final de un análisis, un deseo inédito, con cierto carácter de pureza, pero no en cualquier sentido, ya que el deseo puro es pura metonimia. El deseo del analista es equivalente a una x, es, en un sentido, un deseo puro, no identificable con nada, ya que se ubicaría más allá del Otro. Pero, señala Miller, no es un deseo de nada, es al menos el deseo de que el sujeto se analice. Por ello es un instrumento del análisis que lo vuelve impuro. “Se trata de permitir que el sujeto encuentre el significante primordial de su sujeción. De esta manera, la operación del deseo del analista se ejerce con una finalidad muy precisa: reconducir al sujeto a su relación primordial con el significante, lo que asimismo es posible formular en términos de atravesamiento del fantasma, caída de las identificaciones, etcétera. Como este deseo tiene una finalidad respecto del Otro, no es, pues, pura metonimia.”[1] Emergería entonces, al final de un análisis, con la caída de las identificaciones que marcaron la historia de la neurosis, un deseo por fuera del Otro, pero con cierta relación al mismo, garantizada por la Escuela y sus dispositivos. Porque ¿Cómo evitar en un mundo sin Otro que la salida no sea el cinismo?

Por otra parte, el deseo del analista también es el Sujeto supuesto Saber, es el deseo de que el analizante elabore y alcance un saber. El deseo del analista va contra la represión, es contrario a un horror al saber. La causa del horror al saber se escribe a. Analista implica que donde estaba la causa del horror al saber emerja una causa del deseo de saber, que transforma al sujeto y que hace que incite a otros a causarlo. Así, uno se vuelve analista con algo que extrae de su propio análisis

Ahora bien, deseo de saber no es amor al saber, dirá Miller: “La diferencia es capital: no es el deseo de saber lo que sostiene un análisis, sino el amor al saber, como transferencia y como trabajo de transferencia. El deseo de saber viene al final, y se supone que circunscribe la causa de la represión. De suerte que es un gran error creer que al final de un análisis se terminó con el saber, puesto que es justamente el momento en que respecto del saber se pasa del amor al deseo”[2]. Más allá del amor al saber comienza el deseo de saber que pasa por el trabajo. Cuando se le supone un saber al otro, no hay lugar para el trabajo por lo que de lo que se trata es de pasar del amor al saber al trabajo por el saber. “la salida de la transferencia es el fin del amor al saber; pero es un error creer que es el fin del saber. Al contrario, es el final de su culto. Es el final del culto al saber ignorado, que descansa en el horror al saber. Desde esta perspectiva el amor al saber no es más que el velo del horror al saber, es decir que la transferencia es el velo de la represión.”[3]

El deseo del analista no es, entonces, un deseo puro sino el de obtener la diferencia absoluta que se obtiene cuando el sujeto ubica su posición de sujeción al significante.

De esta forma, una de las maneras de entender el fin de análisis puede ser como una desidentificación y esta puede ser considerada una condición para desempeñarse como psicoanalista. El deseo del analista, entendido como una x, implicaría que puede hablar sin identificarse.

Ahora bien, luego de la caída de la ilusión que sostiene la neurosis de cada cual, la caída del Otro sería correlativa de cierta transmutación del sujeto en su relación con el mundo. De esta experiencia se desprende una pregunta que Miller se hace del siguiente modo: “Lacan sigue preguntándose cómo es posible que, habiendo pasado por un análisis y visto disolverse la ilusión de la transferencia, el sujeto desee volver en calidad de analista ¿Cómo es posible que después de haber percibido que la captura del deseo no es más que un deser, habiendo verificado el deser del analista -quien es mucho menos que al comienzo-, y aprendido algo de los juegos de la sombra y del espejo, vuelva a esta experiencia para hacerse cargo de ella?”[4]

Este deseo es el que permitiría que el analista pueda ocupar el lugar de objeto causa y que pueda desear su destitución. Posición muy distinta a la de la neurosis.

El trayecto iría entonces desde la falta en ser al ser, se quitaría la barra al S, lo que podría entenderse como destitución subjetiva ¿Significa esto que no habría sujeto? Puede ser, ya que la institución del sujeto está ligada a la falta en ser y la supresión de esta anula su estatuto. Sería un sujeto no dividido sino reconstruido. Un sujeto que no está para padecer, que habla en su síntoma, incluso en la pulsión, un sujeto del deseo de saber, un sujeto que ya no es sujeto-efecto sino sujeto-causa. Que ha subjetivado el a, que sabe ser un desecho, que se sabe desecho y que sepa serlo en la experiencia, es decir, para otro sujeto. El análisis implica que el analista debe desear terminar como un desecho. Por eso el analista tiene algo de héroe trágico, es reducido al desecho de la operación que ha patrocinado. El analista sería entonces aquel que responde a la demanda de amor con el deseo de saber.

Ahora bien, todo muy lindo, pero: ¿Cómo pensar a este sujeto novedoso sin transformarlo en un ideal que reponga a la metafísica de la que el siglo XX intentó despegarse? ¿El deseo que emerge lleva las marcas de la neurosis previa? O, más cerca: ¿Qué trabajo es posible para aquellos que no hemos realizado la experiencia del pase y que aun soportamos el peso de la neurosis en nuestras espaldas? ¿En nuestro ser? ¿Cómo hacer uso de un deseo que se insinúa pero que aún no emerge en las y los practicantes? Por supuesto que el propio análisis y el control permiten ir trabajando las aristas neuróticas de nuestro deseo a la hora de escuchar a otro, pero: ¿No estaría presente de entrada algo de ese deseo del final que permite que se sostenga en acto la práctica que nos convoca? ¿Se puede funcionar como analista sin serlo aún? ¿Qué tipo de puntuación utilizar para lo que no tiene fin?


[1] Miller J. A. “El banquete de los analistas” 1ºed. 2ºreimp.- Buenos Aires, Paidós, 2011, p. 291.

[2] Ídem, p. 189

[3] Ídem, p. 193

[4] Ídem, p. 187